Y Bernalerías

Raimundo Figueroa, Bernal del Rio

“Y recuerda Raimundo: que sin ángulos no hay triángulos y sin triángulos no hay pirámides, no hay libro. Como te has dado a la tarea de dibujar, las estrellas del general sin estrellas, me parece que sería bueno que supieras de donde vienen las estrellas.”

-Dr. Víctor Bernal y Del Río / Psychiatrist

Published in the book Y. Bernalerías Y. Volume 2

  • By: Dr. Víctor Bernal y Del Río | Psychiatrist, 2007

    Short story published in the book Y. Bernalerías Y. Volume 2

    RAIMUNDO Y LAS ESTRELLAS

    “Caiu do ceu, uma estrela. Ai que bem, que a vim tombar”. Cantata do Orfeão da Universidade de Coimbra 1938 .

    Y recuerda Raimundo: “que sin ángulos no hay triángulos y sin triángulos no hay pirámides no hay libro.” Como te has dado a la tarea de dibujar, las estrellas del general sin estrellas, me parece que sería bueno que supieras de dónde vienen las estrellas.

    La estrella de Belén, con sus múltiples puntas casi como espinas, se la arrancaron tres reyes al firmamento. El firmamento desde entonces llora en estrellas que se caen y hacen líneas de luz en el cielo, lágrimas, por aquella estrella que le arrancaron. Dicen que fue en Belén, pero los reyes no se sienten culpables de haber herido el cielo, porque ellos son magos. Desde entonces el cielo llora todas las noches en estrellas que vienen a buscar su hermana perdida y trazan líneas blancas en el cielo. A veces en desesperación mandan una lluvia de estrellas a buscar a la perdida, que el cielo no quiere que se le pierda nada y la siguen buscando. Eso nos contaba mi tía abuela Severiana que le decían Severa, y lo era, con unos ojos grises que nosotros creíamos que eran de cristal, con unas venas en las manos que nos gustaba apretar y desapretar, con un olor a talco y a sudor, que asustó la yegua del compai’ que se cayó por el barranco y lo mató. Y que los diablillos le cambiaban los cacharros de latas de peras y de avena que ella utilizaba para cocinar. Nos dimos cuenta que los movía ella y se le olvidaba que los había movido, y decía que eran los diablillos.

    La otra estrella, la de David, es más terrestre. Fue fabricada al entrelazar dos triángulos equilaterales o equidistantes e idénticos, pero en posición opuesta; una con la punta hacia arriba y otro con la punta hacia abajo. Al entrelazarlos se forma la conocida estrella de David con sus seis puntos sin perder una.

    Por miles de años el humano observó los triángulos divinos que el pelo dibuja en la región púbica. En el hombre, es como la punta para arriba buscando el ombligo. En la mujer la línea fina es horizontal y recta y la punta baja sin saber qué busca. Por los milenios también, el hombre y la mujer han rozado los triángulos con frecuencia inaudita, para el milagro más grande: producir otro ser humano. Los dos triángulos se estrujan y se mezclan y sucede la introducción, la eyaculación, el embarazo y parto, y se produce o se fabrica la estrella imposible, que es otro ser humano.

    Eyaculación no es orgasmo, que el orgasmo es experiencia humana, que resiste los intentos que la literatura universal ha hecho desde siempre para describirlo o definirlo.

    De los animales obtenemos algunos gruñidos, jadeos, pero no saben lo que es ni lo pueden retardar en deleite. Aunque animales en joda nos son excitantes, es por un sistema de ruidos de jadeos y de ritmos, que recuerdan el baile, y que traducimos como imitación del ajetreo orgásmico.

    Observamos los cuadrúpedos que montan para procrear y siguen haciéndolo igual hace millones de años. Yo no sé cómo los dinosaurios empollaban los huevos, ni cuantos, ni se lo pregunto a nadie porque no lo saben y van a intentar su inventiva y para inventiva con la propia me basta. Si sé que todos los vertebrados que conocemos, el acto pro-creativo, es en monta por detrás “a more ferra rum” como los perros. Aun los animales voluminosos cómo los elefantes, rinocerontes montan por detrás y es imposible que se miren a los ojos. Los dinosaurios es lo que conocemos hasta ahora. No sabemos de las dinosaurias, sabemos que había huevos, lo cual por inferencia establece que había dinosaurias aunque no sepamos como eran o cómo empollaban los huevos gigantes que dicen que ponían. Los paleontólogos no son contadores de sucesos y acontecimientos como los historiadores. A ellos les conforma sin confirmación posible relatar el proceso. Los estudiosos de la evolución que saben del triunfo de los superdotados o de lo que se adaptaron o se acostumbraron, pero no saben ni parece interesarles el suceso y menos la amena historia de los que se quedaron rezagados y al nivel genético hablan o se imaginan unos cambios imprecisos y súbitos.

    El único que dio la vuelta y se encontraron de frente y encontraron el amor, es el humano. Ese misterio de la virazón, como en el tango, es el misterio mejor guardado del proceso de la evolución que es distinto de la teoría de la evolución. Es la histórica del suceso que se pierde en el tiempo que la teoría de la evolución sigue su curso inexorable sin detenerse en la historia de los sucesos.

    Y como el amor se hace en secreto y generalmente de noche, los otros vertebrados no lo han podido imitar mirándolo. Y si se lo fuéramos a enseñar, el amor no se aprende, ni se enseña. Imposible de describir. Es “un haberlo tenido” y como no se recuerda no se puede describir ni enseñar, es un “tú sabes”.

    Todos hemos soñado con una casa en un árbol como un palomar y vivir en la casa del árbol. He concluido que este es un gene antiguo presente que nos empuja a hacer el amor en los árboles como creo que lo hacen los monos. Debe ser que nos queda un gene de mono que se quedó pegado y que reaparece para querer hacer el amor en los árboles como los monos o en la casita del árbol soñada y pretendida.

    Fue acaso un remolino sin pelo, un huracán o un rayo o una tromba marina o un tirabuzón de vientos que se los llevó a lo alto y los obligo con su virazón a virarse. Y se abrazaron llenos d terror y de miedo cuando subían y cuando bajaban para caer juntos y en el descenso o la ascensión se encontraron de pronto y de frente el amor. Si no fue volando, fue nadando. Que esas cosas solo pasan en el aire y en el agua y en el viento. Que en la tierra el amor se apaga, se cambia o se detiene.

    ¿Fue acaso un extra-terrestre sin UFO salido de su órbita sin hincapié o un mago, quizás de OZ sin hojalatero, residente que, en la cima de una montaña de acero, lleno de pudor de león, le enseño lo que podía hacerse? Pero, él no sabía hacerlo, ni lo intenta por su volumen y otro mago que en una lección única en el tirabuzón de una tormenta o huracán sin ojo, o en el ojo misterioso del huracán; los torció para siempre y cuando el mago vio a la pareja haciendo el amor, se suicidó de envidia y camina su pena por los caminos del tiempo?

    Fue acaso en un volcán incandescente que los cegó, alumbrándolos o un Tsunami impío el que los saco de su guarida mal oliente y que los obligo a acoplarse en una Posición distinta o diferente.

    Nadie sabe cuándo, ni desde cuándo, ni donde, si fue en el mar, en la tierra, en el cielo o en el suelo. Ni quién dio la vuelta, si fue el galán todo poderoso con el basto, bastón y bastante ante pasadísimo del infeliz Adán, el forzó forjando y la sedujo seduciendo. Príapo incandescente sultán de los cuentos del millón y una noches. Centauro bípedo desbocado que por casualidad quizás en un salto inconsecuente o inconcebible salto y le cayó encima o fue otro pegaso alado pateador de truenos o un trotamundos cíclope con su basto subyugador o el centauro sin abismos o fue ella, Eva, milenaria o millonaria, admiradora del sultán del trillón y una noche lo invento con la sabiduría de la alfombra mágica o fue alguien venido de otros planetas, como en un tango con millones de ensayos sin director de escena sin coreografía y si fue en el mar en la tierra o en el cielo. Nadie sabe cuándo, ni desde entonces y hasta entonces o ¿sería en el suelo como el ranchero? ¿Sería el con su clásico basto ordenador, de las caricaturas, que le ordeno acostarse aquí y ahora? ¿Sabría ella lo que le iba a pasar? ¿Sería ella futura aprendiz de Hetaira que le enseño el ombligo que él no había visto y le bailó una versión anticipada de las famosas danzas de todos los tiempos incluyendo la de Salomé? ¿Fue él, Adán ancestral todopoderoso con el basto bastando o fue ella antepasada de Eva, ¿de la manzana y la serpiente y de Cleopatra que extendió su vuelo o que invento el suceso maravilloso?

    Este tema de la virazón está ausente de la literatura por ser un suceso tan antiguo sin testigos a quién interrogar ni huellas que investigar. Espero que pronto sea tema obligado y que los ordenadores del pensamiento, letrados, poetas, artista y bailarines ausentes, añadan aporten y se hagan ensayos y bocetos. Habrá alguien que quiera prohibirlo y obligue a las parejas a volver al método antiguo. Aparecerá algún irresoluto intermitente fornicato y deseara volver a lo antiguo y plantara bandera y tendrá seguidores y muchos miembros de ese partido tolerante troglodita que quiera volver que quiera volver a antes de la edad de piedra alegando que eran camas cómodas y antes del dominio del fuego que nos fue ningún Prometeo que lo trajo y lo robo a los dioses y se lo dio a los hombres y el hierro y todos los demás adelantos y dejar de fabricar de cultivar con semillas, que fue antes de todo eso. Aquí si que se le acaban los etcéteras a cualquier escritor por fértil que sea y por eso conmino a otros a expresarse sobre tan interesante adelanto.

    No sabemos cómo, ni donde, ni cuándo. Pobre de mí, me debato en conjeturas torpes, que ni califican como teorías. Los testigos no saben hablar: el mar, la tierra, las olas y el viento. El mar coge la tierra negra llena de lombrices y los mezcla con cadáveres de peces, crustáceos y esqueletos mili-formes pero en cantidades. Lo mezcla todo, lo bate y los rebate contra las rocas que son su grillos y con furia innecesaria y loca sigue fabricando arena que se la sacan y el mar ya no sabe dónde esconderla. Y le ha preguntado al desierto y a las dunas y al viento para que se las guarde. Pero la arena tampoco sabe hablar. Las montañas, los árboles, las plantas, las rocas y las piedras hablan en idiomas que no se entienden, aunque son idiomas perennes. Sabemos lo que paso porque hasta yo, soy evidencia de eso, pero no sabemos cómo ni donde ni cuándo.

    Y nadie me sabe decir cómo fue. Y le pregunté al viento, que sí estaba, y a las olas, y a los mares, que sí estaban. Pero el idioma del viento no tiene letras, aunque tiene sonidos.

    Sé que fue en un tiempo cuando no había tiempo, ni fecha y no existía el entonces, ni el después. Entro y salgo maltrecho de tanto pensar y tratar de imaginarme, si fue antes del tiempo, o si fue en la tierra o en la playa, si ya habían hecho la arena que es cómoda. Sé que tengo la imaginación demasiado ordenada para poder imaginar como seria antes del orden y antes del principio. Pobre de mí, por no saber cómo fue que empezó el amor que quizás tuvo muchos principios, experiencias, experimentos y lentitudes. Y parece que no existe el momento sublime que yo me empeño en buscar y que no sé imaginarlo ni fabricarlo. Me consuela el saber que tampoco se sabe, ni se ha visto, cómo nace una estrella. Que los astrónomos nos hablan del nacer de las estrellas cuando lo que hacen es encontrarlas sin haberlas perdido porque ya estaban desde nuestro tiempo.

    Cuando no había tiempo, porque no había quién lo midiera, ni lo constatara, que la realidad solo existe durante la existencia. Que lo demás son números, fórmulas y cálculos que las escriben con la mano en papeles que se borran y que duran hasta que venga otra mano, otro papel y otra fórmula que se corroboren o le saquen ventaja a otra fecha después y el siguiente trae la fórmula y los números que son casi perfectos y el resultado que varía, el otro se borra y se acabe el verde. Amén.

    Qué es una fórmula nueva que corrige y perfecciona la fórmula vieja que es como debe ser. Lo nuevo es lo nuevo y es mejor y sustituye a los viejos, aunque les escriban biografías pomposas y algunas estatuas, monumentos y la ruta del Quijote porque la de la Iliada no se marcó en el mar.

    Y me desespero y le pregunto a las palmas y ellas no estaban en la playa todavía y en la arena las olas lo borran todo y no quedan huellas y ni el viento, ni el mar, ni las olas, ni el monte me pudieron decir cómo empezó el amor. Y busco evidencias y tampoco. Y es mi desesperación como siempre surge la solución.

    La prueba de que nació el amor, somos yo, tú y ella que sin cuido jamás hubiéramos existido.

    Lo primero fue el viento y el mar que se aquietó un poco y definió la tierra y le asignó un sitio. A veces le roba en un sitio y a veces le cede en otro, para imponer su primacía en gesto de realtor gigante, urbanizador de soledades y quita y pone y se pasea orgulloso por todas las playas del mundo que el considera suyas porque lo son, porque él es el que las hizo y las sigue haciendo y ha hecho la arena y las sigue haciendo inexorablemente. El mar lo ha hecho todo; toda la arena del mundo y coge barro feo miserable y con lombrices y lo bate y lo bate con furia y lo castiga y agarra pedazos de roca mezclando, amasando y explayándolos y los mezcla y los amasa y los explaya en las playas que las sigue peinando y quitando las huellas humanas que las prefiere de pies descalzos, pero todo lo borra. La playa que parece desierto está ahí llena de vidas que entran y salen y vuelven a entrar y el humano salió y no ha querido volver a su útero productivo. Toda la arena aun la que se encuentra tierra adentro la hizo el mar con la ayuda de su amigo y colega: el viento, el viento que fue antes que el mar. El mar borra rápido las pisadas de los que se fueron para no volver y borra las pisadas, aunque sean de zapatos, que prefiere los descalzos e hizo grano a grano toda la arena del mundo. Todavía añora los que se fueron a desarrollarse que él prefiere los que van y vuelven como las tortugas y las focas o como los jueyes cuando son pequeños. El mar se pone contento cuando la gente aprende a nadar para que lo usen y le encantan los que bucean y a veces se queda con alguno o con algún nadador y además con algunos pescadores a los que vigila con sigilo que siguen sacándole todo lo que pueden y quieren dejarlo sin nada, aunque sean sus arrecifes y sus manglares.

    A los nudistas de todos los colores y de todas las formas les gustan las playas, pero al mar no le importa si están vestidos o desnudos. A veces son odaliscas sin propósito que pretenden adornar el mar, pero el mar no necesita ni acepta ni hay posibilidades de que lo adornen, que él es muy independiente con su belleza. A veces el sol y las nubes se combinan y lo cambian de color. Y el viento rasca el mar sin picor y le pone pañuelos blancos de espuma. Y a veces todo se queda quieto y el mar parece de aceite o de petróleo. Quizás pensó que únicamente podrían adornarlo con una bomba atómica de las que explotan en el desierto y quema la arena y que hacen una nube nueva y gigante y preciosa en el cielo y le harían un hoyo que él llenaría rápido con agua y haría un lago dentro del mar que se vería de lejos y quedaría bonito.

    Pienso y escribo, y escribo buscando la solución al misterio y al secreto y al olvido, que el suceso o los sucesos fueron mucho, mucho antes que los cíclopes, Pegaso no había nacido, ni el Olimpo, ni Fedra, ni la Biblia vieja y menos la nueva a ver si nos asistimos los unos a los otros. La imagen de los otros iguales a ver si le damos luz al hecho más trascendental de la humanidad que es: el nacimiento del amor, que es la única fuerza que nos puede salvar de la extinción y del desespero y de la desaparición de los verdes.

    Porque no sé qué había entonces. No sé ni siquiera si había “entonces” antes de los verdes y eso me desespera. Y nace mi conjetura carente de fertilidad útil y necesaria, pero es la única que tengo y me consta que nació el amor. Y esa es mi canción desesperada que no sabía que la tenía ni la esperaba, pero la tengo.

    Es importante y necesario, saber, descubrir y describir cómo fue que nació el mar para enseñarlo, volver a repetirlo y hacerlo una reacción en cadena como los átomos y que no se acabe el verde. Que el amor no es contemporáneo de la fotosíntesis y me percato de la inocencia peligrosa de mi imaginación que salta millones de años como si fueran milenios y hay que congelarla, traerla a una razón desconocida porque no existía.

    Sabemos que el amor empezó después del Big Bang, después de los dinosaurios después que las aguas se calmaron y después de los peces y de que todos los habitantes de los mares, que el amor es de la tierra de los sentidos y fue después de la fotosíntesis después de las ondas.

    Como no hay solución a este revolú tuvieron que inventar un génesis infantil con sabor a manzana y a serpiente sin deleite; un paraíso aburrido e inconsecuente; una Eva de las de pasarela, pero sin ropa y un Adán con pelos y una serpiente con aceite de culebra. Un paraíso aburrido donde no había que hacer nada porque no había nada que hacer. No había ni que bañarse porque no había que vestirse y si uno no se viste, pues, no tiene que bañarse. Porque bañarse para quedarse desnudo no hace sentido.

    Crearon su génesis. Lo crearon y la siguen defendiendo para no buscar el único misterio de dónde y cuándo y cómo nació el amor. Y olvidan el problema y estipulan otros tipos de amor invertidos, derivados, sucedáneos que no suceden, aunque se cultiven. Que el AMOR con mayúsculas no hay qué cultivarlo, que surge espontáneo en todos los sitios y en todos los climas.

    Que antes del mar no había tierra que el mar y tierra son la coexistencia infalible y el verdadero nacer después del fuego. Qué es antes que los arenales y los unicelulares y tuvieron que inventar una génesis imbécil y morona y predicarla. Yo no estoy buscando la génesis del amor y menos el porqué, yo lo que busco es el comienzo, el cómo, sin por qué, para aprender solo el cómo, cuándo y dónde. Porque no había entonces y por qué lo sabemos todos; que es el aumento del placer hasta hacerlo intolerable. Que no quiero ser yo historiador docto y obligado e inquisitivo y que no me importa por qué que yo lo que quiero es saber cuándo dónde y cómo que por qué lo sabe todo el mundo que el amor nace de la multiplicación del placer. Y el placer se eleva a lo sublime, que es sin sentido y que lo palpe. Fórmula matemática: X que es el placer multiplicado por I que es una cifra desconocida y descomunal produjo el amor que por fin era tan grande que hubo que dividirlo para hacer los distintos tipos y clases de amor. De los de antes, de los de ahora, y de los de después incluyendo el amor al prójimo.

    La literatura universal sin mencionarlo, ni describirlo lo cultiva en magníficas formas. Se acercan a lo infalible, a lo sublime. La música, el cine, el baile, los romances y la tragedia, la maja desnuda y la maja vestida, es casi tan erótica como la media sonrisa de la Mona Lisa.

    La literatura toda: novela, drama, tragedia, opera, pero más que nada la poesía: Tetrarca, el Dante Beatriz, Leonor, Romeo y Julieta. Bécquer y los románticos, los sentimentales y los suspensos, las lagunas y los ríos, Helena y Fausto,

    Margarita y los sonetos a Orfeo, Whitman, Chopin, Beethoven, Stradivarius y el Kama Sutra y todos los jardines colgantes o no, Versalles y Machu Pichu.

    El culto a la belleza y los perfumes, los aceites, los baños, el tango, las Barbies, y el Taj Mahal, y todas las Pasiones y por fin no se define, y tratan de definir el amor y los celos. Y García Lorca y su “potra de Nácar sin bridas y sin estribos”; y José Asunción Silva “eran una sombra larga y eran una sombra larga y eran una sombra larga…” y Darío “Que tendrá la princesa”, y Alfonsina y el “acaso mía, aquella dicha vuestra me fuera ahora.” “El amor: lo que pone en cada mente un par de alas y una pátina de sol en cada idea” y los celos y los amantes de Teruel y los espejos de Borges y “es tan corto el amor y tan largo el olvido” de Neruda y tú me quieres blanca, tú me quieres nívea, tú me quieres alba” de Ibarburu.

    Las Helenas todas, las de Troya y las del Lanzarote y los idilios del Rey, y los tejidos de Penélope, la Raquel de Peza y los sueños de Segismundo y “el ser o no ser” de Hamlet y mierda, “la Guardia Imperial Francesa no se rinde.” El Quo Vadis y Tagore y las musas y el Parnaso, y la “vaquera de la Fina josa” y Mefistófeles engatusando al pobre Dr. Fausto para quedarse con su Gretchen. Entre lo inefable y lo sublime y Juan Ramón que quiere seguir haciendo “las cosas como ella las hacia” y la luna que se a acostado con todos los poetas.

    Real o pretendida Dulcinea y el Inca con su rubia “y quién sabe, quién sabe, si a rubia eres tú”, y Teresa sin poder vivir y “muero porque no muero, “y el Davide de Miguel Ángel exhibiendo lo poco que tenía. Y la rosa blanca de Martí y las Dulcineas y las Maritornes, y el honor del alcalde y todas las Torres apuntando al cielo con una erección de piedra y de concreto, y los puentes para suicidarse y el amor, aunque sea el del Cólera y el “camino que se hace al andar” y la agonía de Espronceda, Otelo y Desdémona. Cleopatra con sus agujas que todo el mundo sabe lo que representan y Nefertiti con su cuello que también es serpiente y los cuernos de los rinocerontes, provocando la envidia por el orbe. Y los dragones voladores y la espada que mato al samurái y los 12,000 soldados de barro en china con 12,000 caballos, con 48,000 pies de caballos sin dedos y de barro también.

    La fascinación con los centauros y los caballos de Diocleciano, los lirios de Manet y los alargados del Greco y las Cumbres Borrascas y las Bailarinas de Degas y los pedazos del Toro de Picasso y el panadero que horneo el pan para la última cena de Leonardo, que todavía se lo debe. La Guillotina de Enrique VIII que era solo para mujeres y no lo acusaban de violencia doméstica. Los Maserati, los Rolls Royce, aunque sean viejos son importantes. Y Camila Parker y Eleonora Duncan, Carusso y Nijinsky y la luna que se prende de todos los poetas, pero no se preña de ninguno. Ni Galileo y el de la zozobra del fingimiento y Arquímedes y los colosos.

    Lo sublime y lo impecable o lo imposible y el embrujo, sin limitación, sin destello y sin apuro. Han tratado de describirlo con sonrisas y zalamería, la media sonrisa de la Mona Lisa o una carcajada con olor o un color de pelo de Renoir que no le haya visitado y el olor de la vergüenza y trata de describir tú una guanábana de pulpas blancas y semillas negras y que huele a guanábana o mamey y que hace un ruido al caerse del palo que solo los que lo han escuchado lo conocen.

    Los pasaportes del placer: los valses y las polkas, y el bolero y el “va tembandumba de la kimbamba” y las crepas y el champán y los jugadores de polo y el Taj Mahal y Versalles y los rascacielos y los puentes dorados; la plena y la bomba, con coca y con opio y con fútbol, el tenis y todos los juegos con pelotas; la gula y la borrachera y la lujuria económica con oros, brillantes y esmeraldas, y el poder y los que se ocupan del universo y el Big Bang y antes del Big Bang y se expande o se encoje.

    Y los hoyos negros, y las estrellas que nacen y que mueren sin parto ni cementerio. Y saben mucho pero no saben hacer llover o hacer escampar que sí sería útil y hace falta. Y las computadoras con sus memorias extraordinarias y los e-mails, y las guerras y el Holocausto, todo va a parar a la reproducción y el cuido del infante que, si se para, se para todo, aunque sigan las estrellas en el cielo y aunque devuelvan la de Belén.

    Con pasaporte de todos los países que para llegar a la felicidad no hay trenes, hay que trepar y bajar las escaleras del placer y como la felicidad ha sido declarada por Jefferson la meta nacional, vayan a presentar sus pasaportes placenteras que últimamente lo definen como turismo. Porque dicen que la felicidad solo está fuera de casa, aunque sea turismo local que es turismo de lo mismo. Cada grupo y pueblo, raza y nación tienen sus propios pasaportes al placer y a la felicidad. Y la defienden y la definen a su manera. Que haga cada cual como quiera o como pueda o como sepa, que el amor se inventa, pero no se fabrica.

    Cuando todo esté en calma y le devuelvan la estrella de Belén al cielo y se acaben las estrellas fugaces y las lluvias de estrellas que ya no tienen que buscar a su hermana, aún entonces nadie me dice lo que yo quiero saber. Y las estrellas lo saben y el viento y la arena también lo sabe, pero no sueltan prenda y guardan el secreto de cómo nació el amor. Para aprender, enseñar y repetir el milagro. El amor que no pasa y que mueve montañas y fabrica islas y torres cada vez más altas y se mueve a más velocidad y anda por Marte buscando algo, aunque no saben lo que buscan y todavía no saben hacer llover ni escampar. Que mi tesis es el amor físico humano lleno de besos, abrazos, caricias, olores, sabores, líquidos, chupones, baba y leche sin ordeñar que todavía está en la teta que la conserva tibia y lista. Cuna y cementerios de todos los placeres.

    Y apareció el amor y el cariño; y apareció el deseo, el embrujo, la promesa y el deleite. Que el humano aprendió el amor solo, sin ejemplo a quien imitar o compararse, sin anotaciones, ni maestros, sin lecciones, que fue antes de las letras y ahora tienen la osadía y pretende y publica y cree y asegura poseer una originalidad sin marca de fábrica y sin individualidad aparente; sigue engañado, creyéndose original y único.

    Y se miraron a los ojos y casi se hipnotizan. Y aprenden a leerse los ojos por mucho rato, sin parpadear, odiando los parpados y las pestañas que esconden la serenidad y la claridad y no se puede leer bien lo que dicen o lo que quieren decir. Y se cogen de mano, palma con palma y paloma con paloma. Y los dedos todos, cada uno inventa sus caricias a su manera, que les reconozcan la caricia, y compiten y van a concursos y quieren ser acariciadores especiales. El índice cansado de dirigir y señalar, y el dedo del corazón, que es eso: del corazón, el anular que le pusieron un anillo y el meñique fue a la plaza y compró un huevo, y trajo un huevo sin escándalo y el pulgar que se comió el huevo, gordito escondió la una se viró hacia arriba y fue todo yema y algo barriga, pero caricia.

    Caricias con individualidad de dedo identificable y único. Caricia de índice, de pulgar y de meñique. Pero la otra mano protestó y exigió identificación con marca de fábrica (trademark) exigencia ineludible y ahora hay caricias de índice derecho de pulgar derecho y meñique derecho e izquierdo y todos tienen almíbar de azúcar que no engorda. Y el dedo gordo cuando lo supo, protestó e insiste en que él tiene cosquillas y deleites que ofrecer con uña y sin uña, pero eso es un capítulo para luego.

    Que la originalidad en el amor es dogma que se proclama y se profesa y se prolonga, “como yo te he querido desengáñate que así no te querrán”, y Don Juan con sus ineptitudes que no se reportan, resisten y rechaza la comparación y el contaje, pero con una agencia de publicidad implacable hecha de dueñas- monjas y de maritornes.

    Y aprendieron a beber los alientos. Se espera y se aspira el aliento que sabe a miel. Y más promesas y más secretos y se usan los versos y la poesía y susurros y las caricias, y se suda dulce, amargo y salado y las caricias y las promesas de sabor y los besos a boca cerrada y abierta. Que los besos mezclan los líquidos que saben pero qué no sacian, nadie queda ahíto. Nadie le enseñó al humano el amor, sin ejemplos ni descripciones porque fue antes de las palabras y de los textos y lo inventan sin aprenderlo. Y se dieron todas las miradas del alfabeto, lánguidas. Y aparecen los senos que saben suspirar esperando también las caricias el beso y el apretón. El final no tiene descripción posible, ni comparativa, ni elogio ni aspaviento, porque no se recuerda ni es recordable.

    Y antes de dormir, piensan o se imaginan o se sueña en cómo será el producto de los dos, si tendrá más de él o más de ella. Y él quiere que se parezca a ella y ella quiere que se parezca a él y “los dos los cuidamos hasta siempre”, y si son dos y tus cuidas uno y yo el otro, o serán tres, eso no, que no hay quién cuide al tercero.

    Producir otro igual: la duda vive y cunde y se espera con angustia quasi genética hasta que se prueba que no tiene cola y camina erecto y que hay que cuidarlo. Y recuerda Raimundo, que sin ángulos no hay triángulos y sin triángulos no hay pirámides, y sin pirámides no hay libro.